miércoles, 10 de junio de 2009

Cuento, Matías: Una víctima más del maltrato













Grandes gotas de sangre caían de su nariz y chocaban con el pavimento. Él, solo agachaba la cabeza como tratando de soportar el dolor que le producía el golpe en su cráneo y la gran inflamación de su trompa. Su pelo negro intentó disimular la sangre que brotaba de la herida en la cabeza, pero el fuerte sol de la mañana la delataba por su brillo.


Este perro no pertenecía a ninguna raza, era mixto como dirían los veterinarios. Tampoco era de la calle pues su panza colgante y el brillo del pelaje evidenciaban una buena alimentación. Esa mañana el animal de corta estatura y pelaje brillante estaba solo y herido, echado junto a un poste mientras era ignorado por los cientos de peatones que pasaron por el lugar. Solamente una mujer se apiadó de él y llamó al PAE (Fundación Protección Animal Ecuador).

Teresa Gallegos, administradora de la clínica veterinaria y albergue PAE, fue quien contestó el teléfono e inmediatamente se dirigió a Cotocollao a la dirección que le dio la mujer, quien no se identificó. Al llegar encontró al animal solo y sin fuerzas, ni siquiera puso resistencia cuando ella lo cargó y lo subió al auto. Teresa lo examinó y determinó que había sido golpeado con algo contundente como un palo o una vara de hierro, pero también se dio cuenta que todavía tenía esperanzas de sobrevivir.

Lo llevó con urgencia a la clínica del PAE donde uno de los veterinarios coció la herida de la cabeza y contuvo la hemorragia nasal, pero la inflamación de la trompa era un coagulo de sangre provocado por golpes anteriores y necesitaba una operación.
Mientras Matías entraba al quirófano, Teresa trataba de concentrarse en su trabajo. Atendía a las personas que llegaban a firmar a favor de la campaña, “Los animales me importan”, que busca incluir los derechos de la fauna tanto en la nueva Constitución como en una declaración universal propuesta a las Naciones Unidas.Pero la ansiedad la inundaba y cada cinco minutos se dirigía al quirófano a obtener noticias del animal herido. En la clínica-albergue donde llegó Matías habitan más de cincuenta perros y gatos rescatados de condiciones de maltrato.

Teresa aseguró que cada uno de ellos recibe un trato preferencial. Así Matías después de un mes estaba en perfecto estado de salud, jugando y corriendo con los cachorros de “Zuca”, una pastor alemán que llevaba dos semanas en el albergue.

Fotofrafía: Michelle Flores

lunes, 8 de junio de 2009

Pae necesita recursos para su labor













El ambiente inundado de olor ha balanceado canino y los escuetos ladridos de cachorros dan la bienvenida al albergue veterinario de la fundación de Protección Animal Ecuatoriana (PAE)

Una pequeña casa adaptada como clínica veterinaria separa a los dos patios que refugian a 50 animales domésticos. Los patios divididos con mallas distancian a los gatos de los perros y a estos últimos por edades. El día en el albergue empezó muy en la mañana con la alimentación de los animales. Teresa Gallegos, es la encargada del cuidado y cada día comienza atendiendo a los más pequeños.

Todo el lado derecho del patio frontal es de los catorce cachorros menores de seis meses; quienes se alborotaron y amontonaron al ver a Teresa, ella entró con agua y balanceado, llenó los platos y los pequeños se acomodaron como mejor pudieron alrededor de ellos. “Mama”, madre de ocho de los perritos se acostó en su casa para que los cachorros se acerquen a lactar y Teresa se apresuró a llevar la comida a los animales del patio posterior.

Atrás ya la esperaban los perros adultos amontonados en la puerta mientras los cachorros mayores de seis meses trataban de saltar sobre las mallas. Los gatos maullaron y una labrador de color blanco estaba ya echada en su jaula alimentando a sus cachorros recién nacidos.
Alrededor de 40 kilos de balanceado necesita el PAE diariamente para alimentar a sus huéspedes, cantidad que no siempre está disponible; pues la fundación se sustenta de donaciones y de la atención de la clínica a pacientes externos. Dentro de la clínica Alejandra Barahona, la veterinaria de turno, se preparaba para comenzar el chequeo matutino de los perros operados el día anterior, la mayoría habían sido sometidos a una cirugía de esterilización. Las grandes jaulas parecían ser cómodas camas para los pacientes que esperan su recuperación, muchos aún con el suero inyectado en la pata no pusieron resistencia al chequeo médico que Barahona les proporcionó. La mañana pasó entre chequeos veterinarios, llamadas telefónicas por denuncias de maltrato y la recepción de solicitudes de adopción. Con el transcurrir del día la rutina se interrumpía por la llegada de personas caritativas que trajeron animales heridos en accidentes de tránsito.

Entre ellos llegó un french puddle gris, no quería levantarse, parecía tener alguna de sus extremidades fracturadas; lo ubicaron en una jaula y el animal no se movió. Si las sospechas fueran ciertas tendría que ser sacrificado pues la fundación no cuenta con los recursos para hacer un tratamiento u operación. Tres de los aproximadamente cinco perros que llegan al PAE diariamente son sacrificados por falta de recursos para curar sus enfermedades, cuando la hembras llegan preñadas se les realiza un aborto con el pretexto de evitar que estos perritos se sumen a las estadísticas de abandono. Solo los sanos se quedan, si hay espacio. Los sacrificios se realizan con “Eutenex”, una alta dosis de tranquilizante que da el menor sufrimiento posible en el momento de la muerte.

El french puddle apenas meneó su cola cuando Teresa se acercó a la jaula. “Mama” le ladraba pero el animal no reaccionó. Barahona se acercó para chequearlo y apenas abrió la puerta de la jaula, sorpresivamente, él se levantó y caminó; asentaba las patas en el suelo con seguridad, la cola no dejaba de moverse y con mucha sed vació el tazón de agua que Teresa le trajo. Demostrar que estaba sano lo salvó de una muerte certera, ahora formará parte del albergue, para lo que será castrado, vacunado y luego puesto en adopción. Mientras los nuevos integrantes eran acomodados los pequeños cachorros se acurrucaron dentro de sus casas y alrededor de “Mama”. La tarde estaba por terminar. La rutina comenzaría al amanecer. Rutina que cada sábado se interrumpe cuando la pequeña casa se llena de voluntarios que llegan a atender y mimar a los huéspedes del albergue del PAE.
Foto: Michelle Flores